4 de Enero de 1920, Domingo

Querido Diario:

Después de ir a misa a San Gil, el abuelo Antonio, por suerte, se llevó a Adora, a Carmelita y a los primos a dar un paseo y pude bordar el pañuelo sin ser descubierta.

Mi madre no paraba de mirarme y decirme que no estaba cogiendo la aguja con garbo, hasta que se cansó y me dio otro dedal más chiquitico. Con los nervios y la bulla por acabar me pinché varias veces, pero madre me enseñó a chuparme el dedo para no manchar el paño. Así hice.

Cuando se lo enseñé acabado, madre sonrió orgullosa de mi labor y se la enseñó a la Tita Encarnita, dicen que está muy bien hecho para lo chica que soy que pronto me dará ya tarea de hilván en el taller.

Mi trabajo en el taller hasta ahora consiste en ordenar los hilos, paños y patrones, y en barrer y pasar el imán para recuperar los alfileres. También acompaño a las aprendizas a comprar hilo, botones, cintas… para vigilar que no sisen.

Pero a madre lo que más le gusta son mis dibujos. Dice que tengo mucha mano para el diseño y que sin duda soy ya la dibujanta del taller. A veces, utiliza mis dibujos de letras para marcar la ropa de las clientas.

Adora también parece que dibujará bien pero es más de aguja. De hacer lo que le digan. “Cada una con su talento” suele decir Madre. Ella es la Maestra, sabe de lo que habla, por eso me regala sus retales de papel de seda: – Toma, Conchita, pa’ti y aprovéchalo bien- me dice.