21 FEBRERO DE 1920, SÁBADO

Querido Diario:

Se quejaba ayer el señor Giner de los Ríos en el periódico de que son muchas y buenas las ordenanzas pero que no sirven pa’ná, porque no hay ayuntamiento, sea de la tendencia que sea, que las lleve a cabo porque se necesitaría un municipal por cada granadino.

Dice que entre que la población no las cumplen y los otros son incapaces de hacerlas cumplir desde que las redactaron en 1905, no son más que palabras bellas pero muertas.

Lleva toda la razón el hombre, aquí to’er’mundo va a su avío. La gente tirando basura al río, las acequias echan un olor que tira pa’tras… se están haciendo alcantarillados y darros pero aún queda mucho por resolver.

Y en cuanto a lo de las tabernas también acierta. Que vale que no regulen su número y ubicación como hacen con otras industrias nocivas o peligrosas, pero que se tiene que vigilar que cumplen lo establecido, que si bien dan de comer y beber, y servicio a tanto transeúnte, nadie las quiere al lado por las molestias que causan: que si ruido, peleas, borrachos… ¡y es que lían cada una!

Como dice el señor Giner: “Hay que procurar evitar la molestia que al turista le dura pocos días y que el vecino padece a perpetuidad”.

En la esquina de mi calle, donde el Pilar del Toro, hay una taberna de vinos y una posada. A nosotros no nos llega mucho ruido a casa porque como estamos retranqueaos pa’dentro, las mismas casas que están entre medias, nos protegen.

Pero, cuando pasas por delante de la puerta en la calle Elvira, se oyen fuera las voces de los arrieros que llevan allí a sus burros a beber agua al pilar, mientras ellos se remojan el gaznate en la taberna, claro.

¡Chico vocerío que arman! ¡Se les oye desde la Plaza Nueva!