30 ABRIL DE 1920, VIERNES

Querido Diario:

Hoy a la mañana estuvimos terminado de abrir la lana que aún no estaba seca ayer y metiéndola otra vez en sus colchones. A mí, obviamente, me tocó la tarea de coserlos que pa’eso le doy mucho garbo a la aguja. Y para almorzar y pasar la tarde nos fuimos al campo.

Los hombres nos montaron un par de merceores y entre charlas, migas y mercíos terminamos de echar el día.

A la vuelta, cuando estaba preparando ya mis cosas para el viaje la parienta me dijo que no me olvidara de coger mi gallina antes de irme que esa me la regalaba ella en agradecimiento a mi trabajo de estos días.

¡Mare mía! ¡Cómo se me va a olvidar! ¡Si creo que esta noche no voy ni a poder dormir de la ilusión!

Como cuando llegue a Graná no voy a tener nada aún preparado para darle de comer y me puede costar encontrar salvado ahora con el jaleo del trigo, me ha dado una talega con avíos suficientes para que yo le pueda hacer el moyuelo cuando llegue a casa durante un buen tiempo, y me ha explicado bien cómo tengo que hacerlo. Así que lo apunto aquí para que no se me olvide:

“Te coges un puñadico de moyuelo de trigo y le mezclas cáscaras de patata cortadicas, también valen cáscaras de naranja o de melón cuando sea la época, las cortas muy menudicas y chiquiticas. Luego las cueces en agua, después se lo echas al moyuelo y lo amasas. Es importante que vaya con agua la masa y se deje reposar un rato que si va en seco el trigo cuando beben agua las gallinas después se les hincha el buche y se mueren. Y esto tienes que hacerlo todos los días porque si no se agria”

A partir de ahora todos los días le diré a Loli que me guarde las cáscaras y me entretendré en trocearlas después de comer mientras descanso antes de echar la tarde.