Querido Diario:
Pues el 11 de este mes murió Eugenia de Montijo.
¡Vaya por Dios, para una emperatriz granaína que teníamos!
¡Con 94 años ya cumplidos! no está mal. Una larga vida y una larga historia.
Cierto es que, desde que volvió la República a Francia, la vida le fue quitando, poco a poco, todo lo que generosamente le había regalado, aunque tampoco fue un regalo del todo ¡qué chica labor tuvo la madre paseándola por toda Europa para encontrarle un marido aristócrata!
Cuentan que el día que nació, en la calle Gracia, hubo tal terremoto antes, que por miedo a que hubiera réplicas que pudieran derribar el palacio donde vivían, montaron una tienda de campaña en el jardín para que la madre pariera sin el riesgo al derrumbe.
¡Mare mía, qué miedo! Le pasa eso a mi madre y no pare en cuatro semanas del soponcio.
Decía el novelista Juan Varela, muy amigo de la familia, por cierto, que era una muchacha pizpireta y caprichosilla, pero tan linda y adorable que quien terminara enamorándose de ella estaría perdido de por vida.
En realidad ella de jovencilla estaba secretamente enamorada del Duque de Alba pero sintiéndose traicionada por su propia hermana que terminaría casándose con él, se sintió tan profundamente desgraciada que quiso tomar los hábitos en un convento pero la madre superiora la disuadió diciéndole:
-Es usted tan hermosa que más bien parece haber nacido para sentarse en un trono.
Incluso, dicen que a los 12 años una gitana del Albayzín le leyó las líneas de la mano y ya le predijo que sería reina.
Y así fue, terminó conquistando el corazón de Jesús Napoleón, sobrino del famoso Napoleón, pero que también llegó a emperador de Francia y que moría por sus carnes andaluzas hasta tal punto que cuando paseando por un palacio en Madrid la vio por primera vez, asomada al balcón, se prendó de tal manera, que con total descaro le dijo:
– Necesito verla ¿cómo puedo llegar hasta vos?
Y ella que andaba viva y no daba puntáh sin hilo, le respondió:
– Por la capilla, señor, por la capilla.
En verdad, estaba de invitada en un palacio de Madrid por una amiga de su madre, y asomada al balcón de un salón que había junto a la capilla de la casa, pero lejos de darle acceso a su petición, como buena granaína le dijo todo lo contrario, vamos, que si de verdad la quería, no le iba a tocar un pelo hasta que pasara por la vicaría. Y así lo hicieron dos años después.
¡No era larga ni ná la Eugenia!
En fin, historietas cortesanas del siglo pasao…
Estas vidas de cuento al final siempre tienen su cara y su cruz, ni el tal Napoleón le dio precisamente una vida llena de fidelidad, aunque dicen ella siempre lo amó muy cristianamente. Y como madre tampoco tuvo mucha suerte, necesitaban un heredero pero en principio tuvo dos abortos y para un hijo que tuvo por fin, se le murió en no sé qué campaña inglesa en África.
Además de que tuvo que sufrir las envidias y habladurías de muchas lagartas a lo largo de su vida que no soportaban su éxito como mujer entre los mozos de las cortes, ni como emperatriz…
Pa’eso hay servir, la verdad, así que su mérito tiene aunque pa’mí no lo quisiera.