Querido Diario:
Hoy ha venido er tío’lah sillas. Desde primera hora de la mañana se ha instalado en la placeta San Gregorio con su montón de anea y su caldero’agua, y ahí ha estado dándole que te pego remendando culos.
A mí me encanta verlo trabajar. El hombre no habla mucho, y cuando habla se le entiende poco porque habla bien cerrao. No sé de qué pueblo es, pero da gusto verlo en acción. Tiene unas manos grandes y curtidas, llenas dedos porruos, no por cortos sino por fuertes, que en vez de diez parece tuviera veinte, porque son tan habilidosos y rápidos que cuesta adivinar el trazo que dibujan las hebras en el aire mientras las trenza.
Siempre que viene cada verano, se le forma un corrillo alrededor de chaveas para ver el espectáculo, y el hombre, si no cariñoso, sí que parece que le gusta la compañía de los chiquillos. Algunos, los más callejeros, los sientan junto a él y les da tres hebras para que se entretengan aprendiendo o les pide que remojen o que les pase material como si fueran sus ayudantes.
Un tipo serio pero, literalmente, se los lleva de calle a todos estos granujillas y los convierte en tíos formales por un rato, sabiéndose útiles para el maestro. Me imagino que él, cuando niño, debió ser también un buscavidas bueno como ellos y por eso los maneja bien.
Ni le chistan, oye, mansos-mansos a su vera. Y ni les tienen que regañar ni nada, simplemente es como si les hablase en un código que ellos entienden y respetan a la perfección.
Aunque también es posible que el respeto sea al ver el tamaño de su mano…
Papa-Antonio le ha llevado una silla que tenía para reparar, y como es ebanista, ya ha estado hablando con él de no sé qué cabecero de cuna que en una ocasión hizo por encargo con ese mismo tipo de trenzado, mientras yo observaba sus manos sin parar de moverse mientras charlaban de sus cosas y sus inventos.
Dice el hombre que se quedará en la placeta unos días más mientras haya faena, incluso mañana que es domingo también vendrá. Y es que se pasa el verano en itinerancia arreglando sillas en la calle, mañana y tarde, con su sombrero’paja y su camisa abierta, especheretao pa’vencer la calóh.
Para mí, hasta que no lo veo, parece que no me empieza el verano oficialmente.