13 AGOSTO DE 1920, VIERNES

Querido Diario:

Mare mía, pero ¿qué ocurre en la Alhambra?

Parece que un espíritu destructor se hubiera apoderado del hermoso bosque para acabar con el mágico encanto de sus bellísimas alamedas.

La verdad que no se entiende las desoladoras talas que se vienen haciendo en este arbolado.

¡Parece que se le hubiera declarado la guerra a los árboles, chiquillo!

A saber qué querrán hacer allí, porque alguna motivación habrá más allá de convertirlo en un desierto como ya hicieron con el Salón y el Paseo de la Bomba.

¡Venga cortar árboles, sin ton ni son!

Como es normal, el público anda preocupado, y con razón, con el trato que se le está dando a los bosques de la Alhambra. Bueno, trato por decir algo, porque están descuidados, sin limpiar, sin regar y ahora tala que te tala.

El Ayuntamiento, a petición del Señor Leyva, ha acordado dirigirse a los ministros de Instrucción Pública y de Fomento para pedirles que protejan los bosques de la Alhambra, y que se encarguen de su cuidado y conservación los Ingenieros de Montes. Pero sea como sea, hay que parar con esta barbarie, que como dice Papa-Antonio:

– Si la verdadera importancia de plantar un árbol hoy es saber que tus nietos disfrutarán de su sombra. Lo que se está haciendo, cortándolos como si Atila se estuviera dando un paseo por allí, devastando lo que cae a su paso, no es más que privarle a las generaciones futuras de ser capaces de trascender en su pensamiento, colocándolos más cerca de las bestias depredadoras que de la racionalidad humana.

¡Pues to’la razón que lleva!

¡Que Papa-Antonio es ebanista, pero es mu’sentío para con su materia prima!

Un filósofo de la madera.