31 OCTUBRE DE 1920, DOMINGO

Querido Diario:

Como hoy es Noche de Ánimas, esta tarde después de la procesión en el Albayzín, nos juntamos toda la chavalería de la casa, y los de la pandilla de mi primo, a la luz de un candil y estuvimos contando historias de muertos y aparecidos en las escaleras del ojo’patio, antes de cenar.

Empezó Paquito con una de un tal Lorenzo…

Después les conté yo la Leyenda de Bécquer…

Y para acabar Manolín, una vez más, haciendo su teatrico de galán de cinematógrafo, se levanta de pronto, se arrodilla ante mí cogiéndome la mano y haciendo de Don Juan Tenorio me dice:

-¿No es verdad, ángel de amor,

que esta apartada orilla…

–… se ha quitao Joaquín la zapatilla,

y hasta aquí llega el olor?

Le replique chistosamente interrumpiendo su actuación mientras le guiñaba como él hace cuando me toma el pelo.

¡Casi morimos todos de la risa!

Como no conocemos ningún Joaquín cercano (porque yo he dicho ese nombre a voleo por tal de no ofender a nadie de los presentes) ya han empezado todos chicos a buscar otro nombre como candidato entre la pandilla, metiéndose los unos con los otros, hasta que uno, El Pecas, se ha quitado el zapato y ha empezado a perseguirnos a todos con él para ponérnoslo en la cara.

¡Tos’corriendo como locos para que no los pillara! Parecía el patio un enjambre de avispas con tanto niño revoloteando y chillando.

Entre tanto jaleo, me quité de en medio escondiéndome debajo de la escalera para ponerme a salvo, a donde se acercó Manolín para concluir su interpretación del día, a escondidas de los demás, diciéndome en voz bajita:

-¡Oh! sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos
como lo haces, amor es

¡Foh! ¡Otra vez que me ha pillado desprevenía! ¡Mare mía qué vergüenza!

(Bueno, en verdad, en verdad, lo que más me gusta de este día es escuchar versos del Tenorio, que aunque se trate de una historia de ánimas, son de lo más romántico, así que he de reconocer que Manolín ha sabido atinar como nadie, aunque yo intentara echarlo a broma por aquello del rubor…)

Total, que ya vencida por su astucia, sin saber qué decir, se quedó allí escondido conmigo, frente a frente. Me miró fijamente, yo le miré. Un silencio estremecedor entre nuestras miradas que no sabía bien qué quería decir y:

(Concha Madre desde el pasillo del piso convoca a retirada)

-¡Conchita, Adora, se acabó la juerga que hay que cenar! ¡Venga, cada mochuelo a su olivo!

Sonrió, me besó la mano con un guiño y me dejó paso galantemente retirándose un poco y abriendo su brazo, indicándome el camino para acceder a las escaleras y acudir pronta a la llamada de Madre. A lo que yo le correspondí con una genuflexión versallesca, agarrando mi falda, extendiéndola hacia los lados como hacían las antiguas, para concluir la payasada con otro guiño y me largué pitando.

(Resuenan versos del Tenorio en la loca cabecica de Conchita…)